El gol es siempre el anhelo máximo de un equipo. Todas sus líneas, sus esfuerzos, su sabiduría futbolística, la personalidad de sus jugadores se conjugan para lograr un gol. Bien, ahí está el gol, a los pocos minutos del inicio de la segunda parte. Hasta ese minuto el Español era el equipo que había puesto más empeño en conseguirlo. Su argumento, de repente, había culminado con la catarsis esencial del gol. Todo un estadio coreando el nombre del delantero que, por fin, tras casi un año completo sin marcar, lo había bordado sobre la portería rival. Luis García: casi más ganas que el jugador tenían sus compañeros y las gradas unánimes de que volviera a marcar. Ahí estaba el gol. ¿Y ahora? Hacía mucho tiempo que no veía el campo una gestión tan torpe, zafia y disparatada de un gol. Guardándoselo como si un gol fuera un tesoro. Tesoro, sí, pero efímero. El ejemplo de la víspera, en territorio del Osasuna, como si no hubiera existido. Bien poca cosa es un gol cuando se convierte en un único flotador para que once jugadores no se hundan. Porque al Valladolid le ha faltado acierto, pero tanta insistencia frente a un equipo en estado de caos no podía dejarles sin fruto. Lo humillante es que haya sido en el último suspiro, fuera ya del tiempo reglamentado. Una frivolidad más del árbitro más frívolo de primera división.El Valladolid traía un guión, el entrenador ha hecho dos o tres rayotes sobre el borrador que traían, y el equipo se ha puesto a lo suyo. El problema ha sido enteramente del Español, que se ha equivocado de papeles, y cuando ha empezado a leerlos no entendía nada, como si de repente en una comedia se colara la escena de una tragedia. O viceversa, quién sabe. El caso es que se ha instaurado el despropósito y el espíritu surrealista se ha apoderado de los jugadores: hasta Moisés regalaba pelotas a los centrocampistas contrarios como si fuera un repartidor de periódicos gratuitos. Cabría preguntarse ahora de quién ha sido el error en el guión del Español, que tan bien aprendido lo tenía y tan seriamente lo venía representando hasta el gol. ¿De quién? Habría que hablar de Pochettino, sí. Tantas veces ha acertado leyendo el partido, como hoy ha destrozado al equipo. Ha retirado al mejor jugador que tenía el partido, Marqués, por un Iván de la Peña que una vez más ha salido como voz solista en un idioma distinto al que jugaban sus colegas. Demasiado atrás, sin juego que repartir, sin defender, su figura errática se desplazaba por donde el balón no circulaba. Después se ha ido Verdú, y otra opción del centro del campo regalada al adversario. Finalmente, cuando más cuesta arriba estaba el partido, con la caída en tromba del Valladolid, ha retirado a un delantero que cubre espacios por un delantero evanescente, espléndido en el ataque del equipo al completo, pero inútil para tapar agujeros y evitar goteras. Se diría que Pochettino no estaba entendiendo el encuentro real. Sin que tal vez se percatase, el partido que ocurría en su cabeza se había desplazado unos metros del partido que ocurría sobre el césped (como el túnel de Adif bajo la Sagrada Familia, por cierto). Su deseo y la realidad habían perdido la línea paralela. No es cuestión de culpabilidad. No, el problema es otro. Pochettino, que tan atentamente lee y dirige los partidos últimamente, ¿por qué ha errado en este? ¿Puede ser por lo ocurrido el viernes? Tal vez: el caso es que los despropósitos del caso Tamudo parecen haber infectado, a modo de gripe A, también al técnico: la tristeza y el enfado que lució, hasta tres veces, en la rueda de prensa, ¿no puede desencadenar un estrés excesivo que impida racionalizar con la sutilidad exigida los matices del juego? Puede ser.
El caso es que no se había visto en Cornellá una gestión tan absurda de un gol. Un juego tan colegial. Una dilapidación del crédito tan repentina. Y el equipo lo ha pagado quedándose con el humilde punto de un empate. La felicidad, en este caso, se ha ido a las filas del Valladolid, que se llevan el tesoro que tan mal ha sabido guardar hoy el Español.
No se pude acabar la crónica del partido sin decir lo lamentable que es el hecho de que árbitros como Mejuto sigan dirigiendo encuentros. Es un tipo de arbitraje chulesco y caprichoso que irrita a unos y a otros. Unas veces pita finamente unas cosas, y al acto siguiente deja sin pitar lo mismo pero doblado. Da ley de la ventaja cuando la pelota pasa al equipo contrario y marca fueras de juego a jugadores que parten de su propio campo, es decir, olvida el reglamento. Y todo impunemente. ¿Dónde está la autoridad del arbitraje que mañana revise el vídeo del partido y le llame a capítulo y le diga: deje ya de tomar el pelo a la gente con su ineptitud?
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