miércoles, 11 de noviembre de 2009

Español 1, Getafe 1

Al principio era muy difícil. Poco después, con el 0-1, se convirtió en imposible. El fútbol es, sin embargo, el último reducto del mesianismo. Y el mesías, en la Copa, se denomina Gol. Al principio tres; muy difícil. Luego, cuatro; imposible. Pero no sería un deporte mesiánico sino se creyera hasta el minuto 89 que el milagro es factible. Con ese espejismo el Español ha jugado un partido vibrante, más emocional que práctico. Delante se ha encontrado el doble muro del Getafe: bien colocado en el campo, sólido, y con una súbita vocación por el teatro. Era su papel, su doble papel: no dejar jugar al equipo contrario para que no marcara y, para estar más seguros de ello, no dejar que se jugara al fútbol. Desgraciadamente el único animador de la compañía dramática getafense ha sido el árbitro. Estas cosas suelen ocurrir. Y, de hecho, es una pena que sucedan. Aunque el grado de la esperanza en el milagro era tan alta que ni siquiera la impericia del árbitro ha molestado en exceso para la creencia.

Para el partido Pochettino ha dispuesto un equipo de generales. Estaban todos: el triunvirato —Tamudo, De la Peña, Luis García—, el aclamado Iván Alonso, el fotogénico Nakamura, y de Moisés hacia abajo, la defensa más o menos titular —titubeantemente titular, sin claras jerarquías aún—. Es una jugada de gran inteligencia por parte del entrenador: si el resultado era el que ha sido, nadie le podrá decir que no ha dispuesto del equipo de gala. Los cambios, ya en la segunda parte, han estado acertados: ha devuelto al equipo su mejor configuración: pasado y presente combinados. El partido ha sido vibrante. Sólo ha habido un gol local. Un 25 por ciento de lo que se necesitaba. No es mucho, pero ha bastado para levantar el campo al menos una vez. Con un gol, el público se va con una imagen en la cabeza que justifique el camino de regreso a casa. Su melancolía. ¿Qué decir del equipo titular? Ningún reproche. Una mínima dosis de realidad devuelve lo que se sabía: De la Peña juega inusualmente atrás (en múltiples ocasiones por detrás de Moisés, casi como centrocampista defensivo), la inocencia de Luis García cada vez que encara la puerta adversaria crece a ojos vista y a Tamudo le faltan siempre dos milímetros para llegar en condiciones a los balones que falla. Los generales declinan. Verdú, Callejón, Ben Sahar son el relevo natural. Lo hacen casi todo bien. Les falta familiarizarse con el gol. Les está costando un poco más de lo normal. Hoy Callejón ha enviado un disparo espléndido, potente, colocado, que... no ha entrado. Por poco. Pero ese poco es el poso trágico que queda a quien sigue al equipo. Ese gol hubiera puesto al Español de nuevo en la senda perdida de aspirar a la remontada. Y hubiera, tal vez, convertido en baladí la gran actuación teatral del Getafe. Pero ese gol de Callejón sólo ha existido en el sueño: el mesianismo, desgraciadamente, sólo se cura con realidad. Esperemos que cuando vuelva el Getafe, en diez días, haya un poco de realidad más que echarse a los ojos. La progresión no es mala. Perdimos, empatamos... nos toca ganar (¡viva el mesianismo!).

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