domingo, 6 de diciembre de 2009

Español 0, Racing 4

Los niños juegan en la plaza a tocar y parar. Uno corre detrás de los demás, tratando de alcanzarlos, pero unos se cruzan, otros dan un salto, se dirigen donde les apetece, se esconden; el único que no hace lo que quiere es el niño que para, que no pude dejar de seguir a los demás tratando de golpear la espalda de un despistado para que sea otro quien pare. El Atlético de Madrid, desde el inicio de la actual liga, era el niño que paraba. Perdiendo partidos a racimos, jugando de modo aberrante, cojitrancos por el campo... todo hasta que se enfrentó al Español. El Español dominaba el balón, pero el Atlético de Madrid marcó un gol. Luego otro. Hasta cuatro. Y de aquel partido salió el Español parando y el Atlético libre: fuera de los puestos de descenso y ¡hasta jugando bien! El Racing era otro equipo dañado. Una sola victoria en lo que llevamos de liga. Cuatro partidos sin marcar un gol. Penúltimos. Ideal para tocarle en la espalda y hundirle: ¡Paras! El Español no soñaba con otra cosa: una oportunidad magnífica para deshacerse del maleficio que le había transmitido el Atlético. Bien. Así estábamos antes de empezar. Pero como suele ocurrir a las 5 de la tarde, el partido ha comenzado. Primera parte. Un par de oportunidades perdidas. No como siempre, antes se perdían cuatro o cinco. También las ha tenido el Racing, que no jugaba bien, sólo iba dando patadas, con o sin pelota de por medio. Todo demasiado previsible. Lo imprevisible ha empezado en la segunda parte. No sólo no hemos alcanzado la espalda del Racing para dejarle parando, sino que el Racing ha encontrado la nuestra, y nos ha endilgado su propio daño en forma de goles: cuatro. Dos de ellos firmados por un muchacho de 18 años que nunca olvidará este partido. A parar doblemente.

Del juego resulta triste hablar. En el campo, el Español ha sido una parodia de sí mismo. Su única virtud: convertir a un equipo mediocre como está siendo el Racing este año en un equipo estupendo, que ha hecho una segunda parte de antología, dueños de un juego que ni ellos mismos sabían que poseían.

Lo peor de la tarde sin embargo no ha sido lo que ha ocurrido en el campo. Lo peor de la tarde lo hemos oído en la rueda de prensa, cuando Pochettino ha dicho, textualmente, que no se trataba de un problema futbolístico, sino anímico, que hablaría con Feliciano para ver qué podía hacer. Este es el inicio de la verdadera pesadilla. Perder cuatro partidos seguidos no es algo a lo que el Español no esté acostumbrado; ver como el entrenador, lúcido hasta hoy, se quita las culpas de encima y rompe amarras con su segundo, que es Feliciano, es noticia tristísima y pésima: las derrotas no han hecho nada más que empezar si el entrenador no se está dando cuenta de que lo que falla no es anímico, sino futbolístico, y que no es otro quien ha de trabajarlo en los entrenamientos; que la tarea no es del preparador, sino del tándem indisoluble de entrenador y preparador, siempre juntos, siempre al unísono. Y eso, según las palabras de Pochettino, está en la cuerda floja. Y es el peligro más dañino. Divididos, cada uno por su cuenta —entrenador, preparador físico y jugadores— buscando culpables, se convierte en la mejor noticia para nuestros futuros adversarios.

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