Igual que se cuelgan cuadros en las paredes, uno tendría que colgar en una pared una tele de plasma y allí pasar el vídeo del partido a todas horas. Como quien tiene un Miró.
Genial partido.
La primera parte fue un magnífico juego de erosión del gigante. En todos los frentes: en el campo y en el psicológico. Se pusieron nerviosos. Cometieron errores. Y salió un Barça feo. Tramposo. Barriobajero. ¿Dónde había dejado la grandeza que iba a darle tantos triunfos?
Uno de los que más ayudó en el resultado fue Guardiola: los dos cambios que hizo parecían dictados por Pochetino. Etó puede que estuviera en las nubes una parte del partido, pero el rubio que le sustituyó es especialista en enviar la pelota a las nubes (felizmente).
Las sensaciones en el campo también fueron muy interesantes: uno está acostumbrado a compartir la respiración del público, pero ahí era todo lo contrario. Cuando pitaban, uno se alegraba. Cuando gritaban, uno se entristecía.
Es un público muy gritón. Pero me sorprendió lo poco que canta. La "Curva" de Montjuïc les gana por goleada.
Sólo de vez en cuando, si aplaudían, mi corazón acompasaba: ellos agradecían la jugada de ataque, yo la buena defensa o las intervenciones de Kameni, que estuvo sencillamente sublime (dijo que los insultos le habían motivado: y era verdad).
El árbitro, que por allí todos criticaban, también pitó contra el Español muchas veces, acaso más. Pero tuvo algo bueno: hacía lo mismo con los dos equipos (algo raro de ver últimamente en Monjuïc). Supongo que lo que les molestó en el Camp Nou fue precisamente eso: que le pitara igual a un líder y a un colista: ¡por favor!
Lo mejor de todo, los goles, que además nos cayeron al lado. El primero: Nené se va por la banda, la defensa del Barça se queda pidiendo un aperitivo en mitad del campo, no baja nadie, y sin embargo Nené llega hasta la línea y envía una parábola alta, lenta, parsimoniosa, que todos se quedan embobados mirando como niños contemplando una veleta en el cielo. Y al caer allí está Iván solo, más que solo, abandonado. Parecía un niño que se ha perdido en una feria y se ha ido a un rincón a llorar. Y de repente la veleta lo ve y desciende y corre a su lado a hacerle compañía, para que no esté tan solo. Me dio la impresión de que Iván ni siquiera sabía cómo cabecearla. ¿Habrá cabeceado alguna vez Iván una pelota? Pero en esta ocasión, a diferencia de las de Coro ante el Sevilla, no había posibilidad de error: era la veleta la que buscaba la cabeza del niño para jugar con él, para hacerle cosquillas en la frente despejada. Y la pelota entró, y salté (en mitad del silencio) y saltaron tres tipos detrás de mí y una fila delante: sección invitaciones del equipo visitante. Y nos abrazamos con los de atrás con una sensación muy extraña en un campo de fútbol: una inmensa alegría no compartida.
En el segundo el salto fue aún mayor. El gol, un despropósito. Los defensores como estatuas y allí los dos Ivanes jugando a lo que mejor juega el Español: a crear situaciones imprevistas, insólitas. Y el buenazo de Valdés que decide salir a pasear, acaso tuvo un acceso de romanticismo y vio una pequeña flor entre la hierba y pensó que se la entregaría a esa novia que defiende a puñetazo limpio en los cines de barrio, y, claro, la pelota le molesta y se la da al primero que pasa. Un portero sabe que el primero que pasa frente a la portería es siempre de los suyos, pero los suyos estaban posando para los fotógrafos, muy quietecitos, no vaya a salir movida la foto. Y de repente Iván con la pelota que le busca, que le quiere. Aquí aún fue más lento todavía el gol. Un paso, dos pasos, parecía que miraba a los lados, a los lados no había nadie: estás solo Iván, las ochenta mil personas y 21 jugadores se han ido, te han dejado solo, abandonado una vez más, llora, busca un entretenimiento, haz lo que quieras, nadie verá lo que hagas, y de repente la pelota se eleva, da un brinco y... —yo creía que no entraba nunca— entra. Saltamos las tres filas de invitados del Español. Y lloramos. Ni en nuestros sueños nos hubiéramos atrevido a pensar una realidad así.
Lo malo es que quedaba más de media hora. Media hora puede ser un infierno en el Camp Nou. Pero la defensa estuvo de vídeo colgado en la pared. Y aunque los contrataques se deslabazaron demasiado pronto (algo que habrá que revisar para el partido del Madrid), el Español no dejó nunca de tener presencia atacante. Es decir, un partido redondo.
Y el gol del Barça fue también en beneficio nuestro: agotó todo el arsenal local.
Al final ni siquiera sufrimos: desde la distancia (el Barça atacaba al otro lado del campo) se veía su impotencia: a este equipo no se le ve capaz de superar el ataque de mediocridad que le ha afectado esta tarde. O mejor, que el Español le ha inducido.
A mí me gustó el gol del Barça: ver todo el campo lleno en pie, gritando, fue también estremecedor. De hecho, hasta pensé que lo habían marcado para ofrecernos un espectáculo completito a nosotros, los pocos del Español que habíamos ido a ver el partido a su campo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario