sábado, 7 de marzo de 2009

Villarreal 1, Español 0

Cuando salió la pelota disparada de la bota de Luis García, con ese cañonazo inmesericorde cuya sombra tumbó al portero que lo había parado todo, hasta lo imaparable —oh el amurallado— toda la rabia nuestra iba empujando esa pelota, todos los partidos en los que merecíamos haber marcado y no lo hicimos, todos las jugarretas de los árbitros, todos los fallos que nos llevamos a casa con un gol en la espalda, todas esa rabia formó un huracán de proporciones desconocidas para el fútbol, y no entró, pero estuvo a punto de tumbar la portería. Y ahí nos quedamos todos, con Luis García en mitad de área, desconcertados, incrédulos, mirando el palo que nos había negado lo que era nuestro, como un padre que le retira al hijo el plato de la comida antes de que la pruebe. Así nos sentimos anoche. Sin saber qué nos estaba pasando: cuándo acabaría de arrollarnos el tren de mercancías que nos viene atropellando toda esta liga.

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