El paso del Español por la liga este año se parece a la vida de tantos seres anónimos. Trabajan lo mejor que saben, se esfuerzan por hacerse valorar y querer, están a punto de ser recompensados, les falta una pizca siempre para que alguien reconozca su esfuerzo con un ascenso, no sé, con un aumento de sueldo, con un elogio acaso que mejore el sentimiento de ser el último de la clase. Siempre están a punto de alcanzar lo que, de hecho, tampoco es tan difícil: está ahí, a mano de (casi) cualquiera. Estiran el brazo, los dedos, están a punto de tocar el bien preciado, el reconocimiento; es suyo, no puede acabar su empeño de otra manera. Y sin embargo, concluye la jornada, el curso, la temporada, el partido, y lo que aprietan en las manos es humo, arena. Nada. Como tantos seres anónimos, el Español siempre está a punto de salvarse; pero, en el momento del reparto, el dueño de la clasificación pasa delante de él y ni siquiera le mira a la cara cuando le lanza a los pies un punto inútil que no le sirve para ningún sueño.
Eso sí, los lectores de sus partidos hemos descubierto una virtud prodigiosa de nuestro equipo: convierte en héroes a los porteros rivales.
Eso sí, los lectores de sus partidos hemos descubierto una virtud prodigiosa de nuestro equipo: convierte en héroes a los porteros rivales.
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