
Dos hechos han revuelto el vestuario esta semana. Una conversación captada por las cámaras entre Tamudo y Pochettino, en el campo de entrenamiento, muda para los televidentes, pero no trivial si se siguen los gestos y las tensas caras de los contertulios. Este es uno. Hoy, otro: Luis García, en rueda de prensa, se encara con un periodista por una pregunta en realidad bastante inocente sobre asuntos generacionales. La sustitución generacional es un proceso continuo, y constante, en cualquier empresa colectiva, mucho más intensa será en una actividad para la que los treinta años suenan ya a jubilación. No se trata de una cuestión generacional, pero sí hay una cuestión en el vestuario y no es difícil vislumbrarla.
Un equipo de fútbol es una estructura altamente jerarquizada. Mucho más de lo que parece en el campo, cuando todos se pasan la pelota a todos (o deberían). El origen y justificación de la jerarquía es doble. Por un lado los contratos que ostenta cada jugador: su ficha —o mejor, los millones de su ficha—, su condición y la relación con el club ordenan jerárquicamente a los jugadores en el vestuario. Por otra parte, la hinchada otorga con sus reclamos un valor simbólico a ciertos jugadores, en detrimento de otros. De hecho ambas fuentes de jerarquía coinciden con facilidad. En el Español que Tamudo, Iván de la Peña y Luis García ostenten los mejores contratos y vendan más camisetas hasta parece un hecho «natural».
Esta jerarquía entre jugadores ordena todos los actos de la vida colectiva del equipo. Por ejemplo, tras el entrenamiento se permite un rondó. De manera «natural» los jugadores se ordenan en dos círculos perfectos desde el punto de vista jerárquico: en uno van los cracs, en otra los jóvenes o menos conocidos. Imagino que la vida colectiva —elegir habitación en el hotel o lugar en el comedor— seguirá el mismo orden, digamos, «natural» de relación entre ellos.
Que un jugador de la parte alta de la jerarquía se lesione, o pase una mala época, no afecta en absoluto a su papel en la pirámide de privilegios. Estos duran lo que dure su contrato. Lo que ha ocurrido en el vestuario del Español al inicio de esta temporada —aunque se viera venir ya en la anterior, la montaña rusa de los resultados lo enmascaró— es una situación insólita: la precipitada decadencia de los tres jugadores que ocupan el vértice más alto de la jerarquía en el vestuario. Por razones diferentes.
Tamudo porque ha entrado en un período de crisis personal como jugador del que sólo puede salir él mismo, pero no consigue encontrar el camino, que no está —claro— donde lo busca, en ser quien fue. Las continuas lesiones no son más que treguas en este conflicto existencial que puede acabar por devorarlo. Pochettino da muestras de haber perdido la paciencia con Tamudo y le sugiere sútilmente la salida honrosa de un cambio de club, pero el jugador no sólo no tiene ofertas, aunque la tuviera, sabe que en ninguna parte le reconocerán como el ídolo que ha sido aquí.
Iván de la Peña sufre lesiones selectivas. No puede jugar contra el Bilbao, sí contra el Real Madrid. Iván, un jugador extraordinario, sin ninguna duda, está ya en un estadio casi galáctico: elige contra qué equipos quiere jugar, y más, contra qué equipos quiere jugar bien. Un partidazo en el Camp Nou le salva la temporada como mito. Nadie se lo echa en cara. Todos parecen consentir al genio. Estoy tentado de decir que yo también: a Iván de la Peña lo mantendría aunque sólo jugara dos partidos por temporada. ¿Será Pochettino de la misma opinión que yo? Bueno, en realidad no nos jugamos lo mismo, así que el pensamiento no puede ser paralelo.
Luis García. Es el caso más extraño. Sigue jugando con entrega, pero sus resultados son de una pobreza extrema. Un ejemplo es su juego a balón parado. Aquellos excelentes lanzamientos pueblan la memoria, pero hoy, ante un tiro en buena posición, los aficionados rezamos por dentro: «que no la tire Luis García». ¿Por qué? Los jugadores pasan períodos de agilidad mental y otros de espesor. El problema de Luis García posiblemente sea que él mismo esté asustado, porque su escasa efectividad con la pelota ya no se parece en absoluto a un período malo. Y también estamos asustados quienes le hemos aplaudido tanto, y no sé Pochettino qué pensará de todo ello.
Es decir, los tres jugadores referencia del equipo, quienes ostentan la jerarquía máxima en el vestuario, se han precipitado en el descrédito futbolístico. Al tiempo que otros jugadores de rango «naturalmente» inferior —peor contrato, condiciones y aprecio del público— están ocupando sus puestos y su protagonismo de una forma que está resultando excesivamente «natural». Es decir, la jerarquía del vestuario se tambalea. No es una revolución. No me ha dado la impresión de que ningún jugador quiera colocarse en lo más alto tras derrocar el tamudismo. No, nada de eso se advierte. Es la precariedad competitiva de los grandes la que ha permitido que los menos favorecidos en los rondós se sitúen en primer plano ante los aficionados. Y ante el entrenador. Es la decadencia de los cracs la que deja vacía la cúpula dirigente del equipo.
Esta semana, la charla de Tamudo y las declaraciones de Iván y Luis parecen signos que indican que los tres han despertado de su marasmo y quieren recuperar lo que es suyo: las altas instancias del vestuario. Bien, nadie se las niega... salvo tal vez Pochettino. Que es, por cierto, el máximo responsable de que el equipo gane.
Un equipo de fútbol es una estructura altamente jerarquizada. Mucho más de lo que parece en el campo, cuando todos se pasan la pelota a todos (o deberían). El origen y justificación de la jerarquía es doble. Por un lado los contratos que ostenta cada jugador: su ficha —o mejor, los millones de su ficha—, su condición y la relación con el club ordenan jerárquicamente a los jugadores en el vestuario. Por otra parte, la hinchada otorga con sus reclamos un valor simbólico a ciertos jugadores, en detrimento de otros. De hecho ambas fuentes de jerarquía coinciden con facilidad. En el Español que Tamudo, Iván de la Peña y Luis García ostenten los mejores contratos y vendan más camisetas hasta parece un hecho «natural».
Esta jerarquía entre jugadores ordena todos los actos de la vida colectiva del equipo. Por ejemplo, tras el entrenamiento se permite un rondó. De manera «natural» los jugadores se ordenan en dos círculos perfectos desde el punto de vista jerárquico: en uno van los cracs, en otra los jóvenes o menos conocidos. Imagino que la vida colectiva —elegir habitación en el hotel o lugar en el comedor— seguirá el mismo orden, digamos, «natural» de relación entre ellos.
Que un jugador de la parte alta de la jerarquía se lesione, o pase una mala época, no afecta en absoluto a su papel en la pirámide de privilegios. Estos duran lo que dure su contrato. Lo que ha ocurrido en el vestuario del Español al inicio de esta temporada —aunque se viera venir ya en la anterior, la montaña rusa de los resultados lo enmascaró— es una situación insólita: la precipitada decadencia de los tres jugadores que ocupan el vértice más alto de la jerarquía en el vestuario. Por razones diferentes.
Tamudo porque ha entrado en un período de crisis personal como jugador del que sólo puede salir él mismo, pero no consigue encontrar el camino, que no está —claro— donde lo busca, en ser quien fue. Las continuas lesiones no son más que treguas en este conflicto existencial que puede acabar por devorarlo. Pochettino da muestras de haber perdido la paciencia con Tamudo y le sugiere sútilmente la salida honrosa de un cambio de club, pero el jugador no sólo no tiene ofertas, aunque la tuviera, sabe que en ninguna parte le reconocerán como el ídolo que ha sido aquí.
Iván de la Peña sufre lesiones selectivas. No puede jugar contra el Bilbao, sí contra el Real Madrid. Iván, un jugador extraordinario, sin ninguna duda, está ya en un estadio casi galáctico: elige contra qué equipos quiere jugar, y más, contra qué equipos quiere jugar bien. Un partidazo en el Camp Nou le salva la temporada como mito. Nadie se lo echa en cara. Todos parecen consentir al genio. Estoy tentado de decir que yo también: a Iván de la Peña lo mantendría aunque sólo jugara dos partidos por temporada. ¿Será Pochettino de la misma opinión que yo? Bueno, en realidad no nos jugamos lo mismo, así que el pensamiento no puede ser paralelo.
Luis García. Es el caso más extraño. Sigue jugando con entrega, pero sus resultados son de una pobreza extrema. Un ejemplo es su juego a balón parado. Aquellos excelentes lanzamientos pueblan la memoria, pero hoy, ante un tiro en buena posición, los aficionados rezamos por dentro: «que no la tire Luis García». ¿Por qué? Los jugadores pasan períodos de agilidad mental y otros de espesor. El problema de Luis García posiblemente sea que él mismo esté asustado, porque su escasa efectividad con la pelota ya no se parece en absoluto a un período malo. Y también estamos asustados quienes le hemos aplaudido tanto, y no sé Pochettino qué pensará de todo ello.
Es decir, los tres jugadores referencia del equipo, quienes ostentan la jerarquía máxima en el vestuario, se han precipitado en el descrédito futbolístico. Al tiempo que otros jugadores de rango «naturalmente» inferior —peor contrato, condiciones y aprecio del público— están ocupando sus puestos y su protagonismo de una forma que está resultando excesivamente «natural». Es decir, la jerarquía del vestuario se tambalea. No es una revolución. No me ha dado la impresión de que ningún jugador quiera colocarse en lo más alto tras derrocar el tamudismo. No, nada de eso se advierte. Es la precariedad competitiva de los grandes la que ha permitido que los menos favorecidos en los rondós se sitúen en primer plano ante los aficionados. Y ante el entrenador. Es la decadencia de los cracs la que deja vacía la cúpula dirigente del equipo.
Esta semana, la charla de Tamudo y las declaraciones de Iván y Luis parecen signos que indican que los tres han despertado de su marasmo y quieren recuperar lo que es suyo: las altas instancias del vestuario. Bien, nadie se las niega... salvo tal vez Pochettino. Que es, por cierto, el máximo responsable de que el equipo gane.
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