Woody Allen creó en una película el arquetipo del «Zelig» (1983): el camaleón humano; opinaba una cosa u otra, decía esto o lo otro siempre según lo que pensara o dijera su interlocutor. En esta primera vuelta que hoy acaba con el Mallorca el Español ha sufrido el síndrome de Zelig. Le hemos visto enfrentarse en Cornellà a los colistas de la clasificación jugando casi tan mal como ellos, y tratar de tú a tú a los de arriba sin arrobo alguno, aunque sin fortuna. Y lo peor, sin goles. Se jugó como el Barcelona en el Camp Nou y como el Xerez ante el Xerez. Y hoy se ha vuelto a jugar en Cornellà como si quien estuviera en zona de Liga de Campeones fuera el Español y no el Mallorca.
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En el Mallorca no hay nombres de postín, pero ninguna tuerca falla en su engranaje futbolístico. Su juego es afilado, práctico, con una buena combinación de fuerza física y dominio técnico del balón. Mueve la pelota con intensidad, jamás se anda con rodeos ni le gusta que la jugada se pierda sin sacarle algún beneficio. Pese a que esta noche no ha realizado su mejor partido, uno comprende por qué marca los goles de dos en dos y acumula tantos puntos como los equipos de presupuesto millonario. Al Mallorca sólo se le podía plantar cara con las mismas armas. No hay posibilidad alguna de salir ileso de esa corriente eléctrica del balón sin oponer idéntica intensidad. La primera parte han sido los minutos de la basura del partido. Las estadísticas dicen que el Mallorca decide en las segundas partes y todos en el campo: jugadores rojos, jugadores blanquiazules y público sabíamos que había que pasar cuanto antes esos cuarenta y cinco minutos para ver el partido de verdad. En la primera parte el Español podía haber cuajado alguna jugada de valor, pero un 0 a 0 era, sin duda, el mejor preámbulo para el auténtico partido. Y lo ha habido. Y extraordinario. El Español ha salido en la segunda parte vestido de Mallorca. A los pocos minutos ya iba por delante. Sólo le ha faltado el oficio de los insulares: marcarlos de dos en dos para desactivar el efecto árbitral.
El Mallorca ha desaparecido del campo. El juego afilado, práctico, bien combinado, acaso con mayor dominio técnico ha sido el del Español. Tanto es así que de repente los hiatos entre líneas que tanto desgaste inútil han ocasionado en muchos partidos de Cornellà han desaparecido con transiciones impecables: una defensa seria, un centro del campo pragmático y resuelto, y arriba cuatro hombres siempre centrando y, casi, rematando. Jugadas que han pasado de una línea a otra sin que el Mallorca supiera que la pelota había quedado a su espalda ha habido varias. No hablamos de otro resultado porque, al final, han pesado más los yerros que los aciertos. Y entre los desaciertos, hoy han sido dolorosos los de Callejón. No cabe hacerle culpable de nada, sin embargo, porque su dinamismo, verticalidad y potencia le han permitido disfrutar de un montón de oportunidades. Que haya fallado tantos tiros y, lo que peor sabe, tantos malos pases —asistencias virtuales— es sólo la prueba de lo mucho que ha trabajado para merecerlas. El día que Callejón marque un gol, el Español contará con un jugador extraordinario.
Osvaldo es un delantero centro de extremada pureza. Es el relevo natural de Tamudo. El delantero que el Español no había querido fichar en los últimos diez años. Ya está aquí. Esperemos que esa promesa de compra no se quede en humo a final de temporada. Es un jugador que va a marcar muchos goles, porque domina perfectamente esa posición, sabe hacerse fuerte en ella y ha sembrado su debut en casa de pequeño detalles fosforescentes. Era muy difícil que hiciera algo más: aún le cuelgan hilos cuando se cose al equipo, pero esa es labor de entrenamientos y tiempo. Hoy ha elevado la intensidad del juego del Español a gol. No se le pide otra cosa a un delantero centro.
Así estaba el partido hasta que el árbitro, en una decisión cuyas últimas razones sólo él conoce, ha decidido dinamitarlo. Se ha inventado un penalti absurdo, cómico, de funambulista, y ahí se ha acabado la belleza de este encuentro de intensidad a intensidad. El tamaño de la injusticia ha sido tal que hasta los futbolistas del Mallorca, que podían haber aprovechado el golpe moral para llevarse los tres puntos, han dejado de jugar bien, impresionado más por el tamaño del robo que por el hecho de que fueran ellos los beneficiarios.
¿En qué piensa un árbitro cuando pita injustamente a sabiendas? Es necesario decir que «pita injustamente a sabiendas» para evitar caer en el insulto: no es posible imaginar que alguien en su sano juicio piense que pita justamente algo así. Es una pregunta interesante, sobre la que vale la pena detenerse un poco. No sé si hoy habrá sido el caso, pero se observa en los árbitros españoles un deseo constante de realizar un arbitraje a dos niveles diferentes: en las contingencias del juego —un empujón, una patada— y en la abstracción del juego —quién merece ganar el encuentro por cuestiones de esfuerzo, oportunidades, jugadas... o sencillamente compensado momentos anteriores del partido. La expulsión de Roncaglia frente a Osasuna por una falta que no hizo es un ejemplo clarísimo de esta forma de pitar injustamente a sabiendas una acción concreta en nombre de una justicia abstracta: en el partido de Osasuna, era el modo que el árbitro encontró rápidamente para equilibrar las fuerzas desequilibradas por él tras la expulsión anterior de un rival. Esta manera de pensar y actuar se puede observar en muchas decisiones absurdas de los colegiados nacionales. Tal vez esté también detrás del penati fantasma pitado en el Camp Nou. Y el penalti de hoy se explicaría también por esta razón. El árbitro no sancionaba con él una jugada penalizable, sino el hecho de que fuera ganando el Español un partido en el que el Mallorca, entre otros méritos, había estrellado un balón en el poste que podía haber entrado perfectamente. De ahí que el árbitro pitara injustamente a sabiendas, pero pensando que compensaba al Mallorca por los esfuerzos sin resultado que había realizado hasta ese momento. Lo «justo» para el modo de pensar del árbitro era que el partido fuera empatado. Y lo empató.
La federación debería estar muy atenta a este tipo de arbitrajes justicieros: acabarán con el fútbol. Árbitros como el de esta tarde en Cornellà merecen unas vacaciones. Tal vez en Mallorca (no se podrá decir que no se las ha ganado).
El partido de hoy no era una película de Woody Allen. Al contrario, a lo que más se parecía era a una tragedia shakesperiana. El público vivía la intensidad de los dos equipos. El Mallorca podía haber empatado en cualquier momento, y todos hubiéramos entendido que el destino a veces dicta sentencias tan terribles. Porque era un partido serio, seriamente jugado, por jugadores en la máxima expresión de su seriedad futbolística. Pero de repente alguien que andaba por en medio con un pito en la mano decidió convertirse en una caricatura de Woody Allen y dio al traste con lo que estábamos viendo. Convirtió la alta tragedia que se estaba dirimiendo en una astracanada. Una lástima. Como los dos puntos que se han ido esta tarde por el agujerito justiciero de su silbato.
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