domingo, 10 de enero de 2010

Español 2, Zaragoza, 1

Como padres que en el extremo del acantilado ven como un hijo transita por el borde y a cada paso el cuerpo parece que se ladee hacia un lado o hacia otro. Hacia tierra adentro, con el gol de Verdú —que suponía de repente una normalidad inédita en la temporada: un rechace que favorece a un jugador que llega de segunda línea y ningún hado impide que quien detenga la diagonal de la pelota sea la red—; hacia fuera, el abismo, cuando el equipo se complace y ensimisma en el paso dado hacia la costa y el cierzo fosforescente del adversario le empuja poco a poco y luego de repente hacia el risco: gol del Zaragoza —chicos altos, con fuerza, acabaron por imponer sus escasas virtudes ante el desconcierto del rival—. Así asiste el público de Cornellà a los partidos, como el padre impotente que no sabe si al final abrazará al hijo díscolo o le verá despeñarse. En este caso, aunque el público temía lo peor y no dejaba de mirar las olas que rompían al pie del acantilado, un precioso gol de Fernando Marqués, que ha regresado de su lesión para salvar en pocos minutos estos tres decisivos puntos, ha devuelto al hijo pródigo a la zona de tierra firme de la liga. Padres —y también muchas madres— sufridores, el público del estadio ha suspirado sólo tras el silbato final del árbitro.
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Un juez que, por cierto, ha empezado bien, ha seguido regular, ha rozado la demencia senil cuando nos ha explicado a todo el campo con un gesto que no era penalti el derribo a Callejón porque el defensa ha tocado la pelota, para minutos después pitar una falta a favor del Zaragoza, muy cerca del área, cuando el defensa blanquiazul se ha llevado la pelota entre los pies, y la charlotada cuando ha empezado a pitar los resbalones como faltas, y al final ha acabado mejor de lo que apuntaban sus incongruencias.

El equipo ha recuperado ante el Zaragoza —en la línea del camino iniciado frente al Almería— algo esencial: el hecho de que en un partido se meten goles, y que estos goles a veces los marca un goleador, y en otras ocasiones los consiguen jugadores que han de andar por ahí al acecho. Eso tan habitual en todos los partidos, pero que había desaparecido del horizonte de posibilidades del Español, ha vuelto, como por arte de magia, gracias a la espléndida posición y certero remate de Joan Verdú y Fernando Marqués. Y mientras el público, ya sosegada su arritmia, regresa a la fría intemperie de los polígonos industriales piensa: ha valido la pena el desplazamiento, la glacial temperatura y, acaso también, el sufrimiento.

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