.En el metro, de camino al campo, dos abuelitos con nostalgias de Sarrià en las piernas —a diferencia de los jóvenes, ni se preocupaban por cazar un asiento libre durante el largo trayecto— iban comentando lo que se avecinaba. «Camacho —decía uno— ha preparado un equipo de segundones. No se juegan nada». Bueno, al final de la media parte las gradas se preguntaban dónde había ido a parar el guión previsto para este partido: un 0-1 que bien pudiera haber sido un 0 a 3 si los suspiros de alivio del público no hubieran sido tales. Porque el Osasuna llegó con las mismas ganas de jugar que tuvieron contra las cuerdas al Real Madrid buena parte del partido. O al menos para que comprendiéramos los españolistas que aquel era el equipo que había marcado dos goles en el Bernabéu. Y que ya estaba salvado, algo que el Español no podía decir… aún.
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.Y hasta pudo marcar un gol. Llegó solo ante el portero, como en una obra de Shakespeare, pero el destino no quiso que su final fuera otro que el que ya fue —aquellos tres goles marcados al Málaga en el último partido de la liga anterior—. Todo lo que ha pasado después de aquella despedida natural ha sido prolongar una agonía. La hipocresía del acto de ayer: Pochettino al incluir al delantero histórico en la alineación y Tamudo al aceptar jugar, fue al cabo, por el entusiasmo de la afición, un acto limpio, altruista y hermoso. Como nunca debería haber dejado de ser. Anoche las gradas corearon el nombre de Tamudo como lo que es: historia del Español. Y le dieron a la presidencia del club una pequeña lección moral: uno no ha de renunciar ni a su historia, ni a su presente.










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